miércoles, 7 de noviembre de 2007

*Capítulo 1: El Comienzo

La calle estaba oscura. La tenue luz de los postes eléctricos a lo largo de la calle parpadeaba a la velocidad de mis palpitaciones. El viento soplaba del noroeste levitando cualquier pedazo de basura con la fuerza suficiente para convertirlo en un débil proyectil. Estaba solo en el medio de la carretera y el frío de la noche erizaba todos mis poros. Al otro lado de la calle, a varias yardas de mí, una figura se proyectaba entre las sombras. Decía algo pero no alcanzaba escucharle. La voz era arrastrada por las corrientes de viento que nos atrabesaban. Muy despacio comencé a acercarme y sus murmullos comenzaban a darle sentido a lo que mis ojos no podían decifrar por la distancia. Entonces algo me detuvo. No podía mover los pies y mientras miraba hacía abajo y trataba de despegarlos, el viento aumentó su fuerza y sentía como me tambaleaba de lado a lado. Sin embargo mis pies continuaban anclados a la brea. Cuando levanté la cabeza, la figura estaba frente mío y en una voz ronca y bastante alta comenzó a gritar: “Se acabó. Hoy se acaba todo”. Yo no podía entender. Una inyección de adrenalina y miedo combinadas se apoderaban de mi cuerpo. Tenía a ese ser justo en frente mío y aun así no podía distinguir su borrosa forma y esta seguía repitiendo lo mismo una y otra vez.

- Otten, puñeta que te levantes. Se acabó. Nos vamos para Puerto Rico. Mañana hay que trabajar.

Fue solo un sueño. La arena en mi pelo y el viento soplando contra la caseta de campaña me trajeron a la realidad. Había venido con mis amigos a pasar el fin de semana largo a una isla inhabitada en las Antillas Menores, cortesía del avión acuático de Ignacio y su recién adquirida licencia de piloto. A la verdad que en la lista de amigos siempre es bueno tener al heredero de una empresa global de importaciones. Imagino que su próxima licencia será la de piloto espacial.
Éramos tres parejas que decidimos alejarnos de todo por unos días y este wikén largo era el ideal. Sin radio, ni televisión, ni ningún tipo de noticias de la civilización. Solo nosotros, la naturaleza, mi tocador de mp3's y mucha cerveza.

-Mira, acaba y recoge la caseta huevón. Te dije que quiero salir de aquí antes de medio día.

Mientras Gabo, Ignacio y yo recogíamos las casetas, bolsas de dormir y la ropa, las chicas se dedicaron a darse el último chapuzón en el agua. Que hermosa era esa playa. Un agua tan clara que los peces nos podían ver a nosotros empacando. Nos tiraban guiñas y nos burbujeaban un “hasta la próxima”. Daba ganas de quedarse ahí para siempre. Y bueno, ganas no me faltaban, pero eso de comer solo cocos y hacer un boquete en la arena cada vez que me llamaba la naturaleza, despertaban al capitalista en mí en necesidad de una buena ducha.

Nosotros tres nos conocemos desde la universidad. Todos somos ex alumnos de la universidad del estado de Florida pero Gabo y yo nos conocemos desde la secundaria. Venimos de la época cuando los Seminales reinaban la ACC en los noventas y Bobby Bowden no necesitaba de auspicios con Burger King para darse a conocer. Siempre planeamos un viaje como este, desde los viajes de vacación de primavera, más nunca se había dado como deseábamos. Siempre se formaba algún peo que nos jodía los planes.

El día estaba tan hermoso. Las palmeras meciéndose al vaivén del viento haciendo harmonia con las olas que chocaban en la arena. Y tres hermosas chicas en los trajes de baños más pequeños que alguna vez yo haya visto en el medio de todo. Realmente vivir en el caribe es vivir en el paraiso.

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