jueves, 8 de noviembre de 2007

-cap. 1 : parte 3

El avión comenzó su decenso pasadas las dos de la tarde. Los cinturones se abrocharon al unísono creando una cadena de "clic's". El pequeño avión anfibio era un módelo Beriev Be-103 con capacidad para cinco personas. Medía unos treinta y cuatro pies de largo y doce de alto y alcanzaba una velocidad máxima de ciento treinta nudos. Y toda esta maquinaria fue el regalo de un padre orgulloso a su hijo en su cumpleaños número treinta y dos.

Marisa, mi novia me sujetaba la mano sentada justo detrás de mí. Es sorprendente como una chica tan delgada puede apretar tan fuerte. A mi lado Ignacio se concentraba en buscar la bahía del área de Río Grande donde se encuentra el condominio de playa del papa de Gabo. Este estaba sentado detrás de Ignacio y miraba por la pequeña ventana a su izquierda para tratar de divisar el lugar. En el fondo las otras dos chicas, Lily y Sofía, la novia de Gabo, permanecían sentadas con cara de asoradas, tratando de entender que estaba sucediendo y sus caras reflejaban el vacío de información. La realidad es que estabamos todos iguales. Estaban un tanto apretadas porque eramos un grupo de una persona más del máximo y bueno, teniamos que acomodarnos como pudieramos. Además eramos todos delgados, aunque la pipa de cerveza de Gabo podriá desbalancearnos de su lado.

- Mira ahí esta. Ahí esta el condominio. Alíneate con esa bahía. - Gritaba Gabo.

Ignacio seguiá serio y comenzó a voltear el avión en dirección a la bahia. La cabina se iluminó tenuemente con el bombillo rojo que anunciaba la escasez de gasolina. Suficiente todavía para aterrizar, pero definitivamente que no suficiente para volver a salir.

El mar estaba irregularmente tranquilo para ser una costa del Atlántico. Si habían unas cuantas olas pero eran bastante separadas entre sí y no más de dos pies de altura. El pequeño Beriev estaba ya a menos de cien pies de contacto con el agua.

-Aguantensé! - gritó Ignacio justo antes de ese primer contacto con el mar. Para nada fue un aterrizaje de texto. Ese primer golpe, aunque no desprevenido, nos hizo mover como canicas en lata de aerosol. Sino hubiese sido por los cinturones habriamos volado por toda la cabina. Marisa se chocó con la cabeza con la parte posterior de mi silla pero aparte de un rasguño no se hizo mucho. Levemente el avión fue disminuyendo la velocidad mientras se acercaba a la costa. Uno que otro movimiento brusco nos sacudía mientras cada ola desaparecía bajo las aspas del avión.

Al fin el avión llegó a la arena con un último empuje del mar. Acto seguido Ignacio apagó los motores y nos indicó que nos quedaramos adentro hasta que las helices dejaran de moverse. Eso tardo unos cuantos segundos más. Me indicó que sacara la soga que estaba debajo de mi silla para amarrar las patas del avión a una gran palmera justo en frente de nosotros y utilizarla como ancla. La tarde seguía estando hermosa pero eso seguía siendo lo último que circulaba por mi mente. Ya pasamos el primer trago que era llegar a tierra. Ya anclamos, ya estamos todos fuera del avión con nuestros motetes en mano. Ahora es momento de encontrar el apartamento y reagruparnos y descifrar que demonios es lo que esta sucediendo.

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